En la tradición cristiana, la Anunciación es el comienzo de la presencia de la Trascendencia en su naturaleza humana en la figura de Jesús.
Si la virginidad de María, antes, durante y después de la concepción de su Hijo divino, siempre fue considerada como parte del dogma de la fe católica, esto se hizo sólo a causa de la distorsión de los hechos y testimonios históricos. La encarnación de La Trascendencia en sí misma no requería de ninguna excepción a las leyes de la naturaleza. Sólo se dieron para ello razones de conveniencia, sobre todo, intentar explicar la encarnación.
¿Qué interesa expresar ahora de la encarnación? Ante todo, su conveniencia o congruencia, o incluso su motivo o finalidad. No es que en los siglos anteriores no se hubiese mostrado interés por expresar mejor la relación entre encarnación y salvación, entre muerte y resurrección de la Palabra encarnada. Pero todo eso se consideraba sobre todo como algo dado en la fe, lleno de sentido en sí mismo, que debe ser mejor expresado y transmitido, más que como algo que suscita además cuestiones y argumentos racionales. La fe del símbolo se explicaba, pero propiamente hablando no se planteaba como cuestión a profundizar desde un punto de vista racional.
Los teólogos utilizan una gran variedad de términos para hablar de la realidad de la Encarnación: Encarnación, humanización, in-corporación, asunción de un cuerpo, morada, unión. San León Magno declaraba que
«El que las dos sustancias se unieran en una sola persona no lo puede explicar ningún discurso si la fe no lo mantiene firmemente»
—San León Magno, Sermones, 29:1
¿Cuál fue la reazón y necesidad de la Encarnación?
Santo Tomás de Aquino (1225-1274) estudió el problema en varios momentos de su vida, considerando la fuerza de los argumentos en favor de la Encarnación aunque el hombre no hubiera pecado, pero no pudo encontrar ni en la Escritura ni en los Santos Padres un testimonio definitivo en favor de tal posición, por lo que él, personalmente, sostuvo la postura contraria. Santo Tomás, y los tomistas en general, no niegan que la Encarnación podría no haber dependido de la Redención en otro orden posible que hubiera sido decretado por la Trascendencia; pero en el presente orden concreto en el que estamos,
San Buenaventura afirma que ambas posiciones suscitan en el ser humano la devoción por motivos diferentes. La afirmación de que la Encarnación no depende del pecado está más en consonancia con el juicio de la razón, y sin embargo la afirmación contraria parece estar más de acuerdo con la piedad de la fe.
Duns Escoto (+ 1308) defendió la idea de la Encarnación incluso si no hubiera habido pecado; pues según él, tal hipótesis sería no ya algo conveniente, sino incluso indispensable. Según este autor, la Encarnación de la Trascendencia sería la razón última de toda la creación; ya que de no ser así, la mayor de las acciones de La trascendencia(la Encarnación) hubiera sido algo meramente accidental si hubiera dependido del pecado del primer hombre.
Los textos de la nueva teología con gran facilidad caen en una tal ambigüedad que los hace confusos y permiten pensar que se están sosteniendo doctrinas seguras, cuando en realidad se introduce algo completamente nuevo, donde no se precisa la Trascendencia, o se afirma un panteísmo larvado, o se sostiene la idea de la salvación de toda la humanidad por el mero hecho de la Encarnación sin necesidad de la aceptación personal y libre de la gracia (de ahí al cristianismo anónimo de Rahner hay sólo un paso). Esta nueva teología es además, antropocéntrica y desmiente el mito clásico del pecado original.
Tanto el espacio como el tiempo manifiestan la limitación del ser material, pues son las medidas de sus límites de extensión y duración. La Trascendencia, en cambio, es ilimitada, no está sometida a las coordinadas del espacio y del tiempo.
La Encarnación no supone la pérdida de la eternidad divina, pero sí la manifestación de lo eterno en nuestro tiempo creado.
Te doy mi Palabra
Hablante Jael
#palabraverdadera
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